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El Pago de los Arroyos en 1812

Pago de los Arroyos se denominaba al territorio que se extendía en la costa oeste del río Paraná. La llegada de Belgrano, la creación y primer izamiento de la Bandera en 1812 le otorgaron un lugar preeminente en la historia patriótica argentina.

1. El Pago de los Arroyos

2. La visión de Pedro Tuella

3. Viajar por el pago de los Arroyos

4. La Guerra Revolucionaria en el pago de los Arroyos

El Pago de los Arroyos

Pago de los Arroyos se denominaba al territorio que se extendía en la costa oeste del río Paraná y que tenía como límites al río Carcarañá en el norte y el arroyo del Medio en el sur, siendo la frontera oeste más difusa. Se caracterizaba por ser una región de suelo llano regada por múltiples cursos de agua que daban sentido a su nombre: los arroyos Blanco, Salinas (Ludueña), Saladillo, Seco, Pavón y del Medio entre otros.

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Se estima que para la superficie total del Pago de los Arroyos había unos cinco mil pobladores, y su mayor caserío, constituido por un conjunto de casas y ranchos en torno a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario, no contaba con más de 800 habitantes. La actividad económica predominante era la ganadera, aunque algunos la combinaban con la siembra de granos.

La región se destacaba como lugar de paso decisivo tanto en materia económica como en comunicaciones ya que conectaba las ciudades de Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires. En el poblado y en los caminos que salían de él había pulperías y lugares de abastecimiento para viajeros, emisarios y transportistas. Es decir, El Rosario ya contaba con una cierta actividad económica, una intensa comunicación y tránsito con gente de otros poblados.

Será para 1812, en el contexto revolucionario, en el que “El Rosario” se convertirá en una zona estratégica militar, tanto para garantizar el abastecimiento de las tropas en su campaña hacia el Alto Perú como en materia defensiva ante la guerra de recursos que se extendía por el Paraná debido a las incursiones realistas desde Montevideo.

Los sucesos de febrero de 1812, con la llegada de Belgrano, la creación y primer izamiento de la Bandera en aquel caserío, otorgaron –a posteriori – a Rosario un lugar preeminente en la historia patriótica argentina.

La visión de Pedro Tuella

Pedro Tuella, un español llegado al virreinato del Río de la Plata hacia mediados del siglo XVIII se estableció en la aldea de la Capilla del Rosario desempeñándose como maestro y como cobrador de impuestos. Lo que nos invita a presentarlo es su obra sobre el Rosario, publicada en 1802: “Relación histórica del Pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos en el Gobierno de Santa Fe, provincia de Buenos Aires”, en el Telégrafo Mercantil, Rural, Político e Historiógrafo del Río de la Plata. Nos ofrece un panorama general de la región a principios del siglo XIX dando cuenta de su geografía, recursos naturales, actividades económicas y población.

Si visión sobre El Rosario se expresa desde la primera frase de la obra: “Este lugar de “Nuestra Señora del Rosario de los Arroyos” que por ser ya un pueblo bastante crecido, se avergüenza de que se le denomine ‘Capilla’ ”. Tuella se refiere a El Rosario como al pago de los arroyos en su conjunto, señalando las amplias tierras que abarca y las múltiples estancias productivas que se extendían por la región entre el Carcarañá y el arroyo del Medio. Realizó un censo general en el que registró 5879 habitantes, de los cuales 400 residían en la Capilla del Rosario, en la que se levantaban unas 80 casas y ranchos en los alrededores de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario (en registros más cercanos 1812 se llegaron a registrar aproximadamente 800 habitantes). Aquella población estaba compuesta en su mayoría por españoles, aunque también registró indios, pardos y morenos (esclavos y libres).

Pedro destacaba el clima benigno de la región aunque con algunas objeciones: “el clima o temperatura de este lugar puede compararse con el de Buenos Aires aunque no se ve aquí la atmósfera cargada de nublados, raro es el día que deja de verse el sol […] sin embargo hemos de confesar que en este lugar se experimentan tormentas terribles de vientos furiosos, trueno y rayos que vienen por lo regular en noviembre” .

Tuella veía al Rosario de los Arroyos como una región muy rica y productiva “El terreno de su naturaleza es liberal, franco y generoso, de manera que no solamente hasta ahora ha de sustentar a sus habitantes, sino que promete incalculables riquezas”. Vaticinaba la prosperidad agrícola y comercial señalando los múltiples cultivos habituales del lugar: trigo, cebada, maíz, árboles frutales, algodón; y también hacía mención a las bondades del río para el desarrollo del transporte fluvial.

Para una lectura completa de la obra publicada se puede visitar el siguiente link: Tuella, Pedro (1802); Relación histórica del pueblo y jurisdicción del Rosario de los Arroyos

Viajar por el Pago de los Arroyos

La apertura del período revolucionario en 1810 aumentó el tránsito militar, permitió un crecimiento de la actividad de los correos en la región que conectaba Santa Fe con Buenos Aires y estimuló las expectativas británicas para la actividad comercial en el Río de la Plata.

John y William Parish Robertson, dos comerciantes británicos que se habían establecido en Buenos Aires desarrollan una serie de negocios con los productores de yerba mate del Paraguay. William, que realizó un viaje hacia tal destino en 1811 para la compra y transporte de yerba mate, dejó algunas notas que nos dan una idea sobre el modo de viajar en el pago de los arroyos. 

Se destaca que los principales poblados estaban conectados por caminos con un sistema de postas para descanso y cambio de caballos. En el sur santafecino “las postas son todas iguales, simples ranchos de quinchos imperfectamente techados de paja, muy sucios, con pisos de barro, y dos o tres niños chillones tendidos sobre cueros secos. Cráneos de vaca se usan como sillas. Lo único que se ve cocinar ahí es un poco de agua para el mate y un trozo de carne para la comida. Pocas gallinas picotean alrededor del rancho y hay siempre a corta distancia un amplio corral para encerrar caballos y vacunos”. Robertson narraba la pobreza habitual en el campo y recordaba que algunas postas no eran más que un amontonamiento de arbustos. El viajero describe también a un gaucho pobre, que llevaba un sombrero pequeño, botas de potro, espuelas de hierro, un poncho y recado ordinarios y deshilachados. Colgando a su izquierda un sable roído y al derecho un no menos oxidado trabuco.

Una breve descripción de la población de El Rosario contabilizaba 800 habitantes aproximadamente y advertía el potencial productivo que la naturaleza proveía a la región: “la población del Rosario está situada sobre una alta barranca que domina el río, pero su superficie no era interrumpida por ningún barco. No hay catarata que impida su navegación ni salvajes que interrumpan el tráfico. La tierra es tan fértil como la naturaleza puede hacerla. El clima es de lo más saludable. Sin embargo, todo era silencio como tumba. La inteligencia se abisma al contemplar todo lo que el hombre ha dejado de hacer allí donde la naturaleza le dijo tan claramente lo mucho que pudo haber hecho”.

Bibliografía: Álvarez, Juan; Historia de Rosario, cap. IX, UNR editora, Rosario, 1943.

La guerra revolucionaria en el Pago de los Arroyos

El 22 de mayo de 1810 se llevó a cabo en Buenos Aires el Cabildo Abierto que depuso al virrey Cisneros y días más tarde declaró una junta autónoma ante la acefalía que sufría la monarquía hispánica tras la captura de Fernando VII. La Revolución de Mayo fue la culminación de un proceso de desgaste del poder hispánico en la región y consecuencia de la crisis monárquica que se estaba dando en Europa. A su vez, marcó una nueva etapa en la historia política y social en el Río de la Plata y el inicio de un largo derrotero con avances y retrocesos que contribuirían a la construcción de un espíritu de independencia.

El proceso desatado en 1810 dio lugar a una serie de enfrentamientos y batallas conocidas como revolucionarias en las que ambos bandos, realistas y patriotas, se disputaban el control del territorio. Desde principios de 1811 hasta el 3 de febrero de 1813, fecha del combate de San Lorenzo, la región del Pago de los Arroyos fue uno de los campos de batalla en que se gestaba la Guerra de Independencia. En esta zona se desarrollaba una guerra de recursos, protagonizada por la incursión de navíos españoles provenientes del asentamiento de Montevideo que saqueaban las poblaciones ubicadas a las orillas del Río Paraná, atacaban diferentes poblados, desembarcaban para conseguir reses y otros alimentos, tomaban lo que podían y disparaban contra quienes se resistían.

Son numerosos los avisos que dan las autoridades del Pago de los Arroyos a Buenos Aires sobre las incursiones realistas en la zona. Se mencionan desembarcos de españoles que exigían la entrega de alimentos, y enfrentamientos armados esporádicos en los que las milicias locales no llegaban al centenar. Las autoridades locales solicitaban ayuda militar a Buenos Aires, armas de fuego, balas, equinos, etc. La amenaza realista, la derrota en San Nicolás y un desembarco de españoles en El Rosario encendieron las alarmas. El nuevo gobierno debía corregir el error de dejar aquella región en manos de milicias mal armadas. El Pago de los Arroyos se convirtió en una zona estratégica militar. La Junta resolvió el envío de tropas bajo el mando de Belgrano y la construcción de baterías de cañones que detengan a los navíos que amenazaban a las poblaciones circundantes.

Ante las obras emprendidas para la construcción de fortificaciones y de las baterías de cañones, la población entera se movilizó. Se han encontrado documentos de listas de donaciones locales, entre las cuales se destacaban materiales de construcción, mano de obra, armas, leña, pólvora, alimentos, herramientas, entre otros. También se llevaron a cabo medidas como el retiro del trigo, reses y víveres de las costas para evitar su saqueo. Las tareas se dividieron entre quienes trabajan en la obra y en tareas de vigilancia, otros entrenaban en el manejo de sables y fusiles para combatir en caso de desembarco. Estas acciones reflejaban el compromiso de la población local con la defensa del territorio frente a la avanzada realista.

Finalmente, en febrero de 1812 se dieron por finalizadas las obras de dos baterías de cañones, una en tierra firme – Libertad – y otra en la isla – Independencia – en el sector más estrecho del río para dominarlo con fuegos cruzados.

En Rosario, Belgrano no sólo se limitó a supervisar la construcción de las baterías, sino que fue donde expresó la necesidad de la creación de una insignia propia para diferenciar a las tropas locales de las realistas. Primero con la declaración de una escarapela nacional celeste y blanca y días más tarde con la creación de la Bandera el 27 de febrero de 1812: “Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado, pero ya que V.E. ha determinado la escarapela nacional con que nos distinguiremos de ellos y de todas las naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguieran aquellas (banderas), y que en estas baterías no se viese tremolar sino las que V.E. designe […] Siendo preciso enarbolar bandera, y no teniéndola, la mande hacer blanca y celeste conforme los colores de la escarapela: espero que sea de la aprobación de V.E”.

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